dimarts, 14 de desembre del 2010

Don Justo: vivir para una 'catedral' (1)

  justo gallego martínez, constructor de un templo en mejorada del campo (madrid)

Hace tiempo que Mejorada del Campo dejó de ser un pequeño pueblo de agricultores para convertirse en una más de las muchas ciudades dormitorio que rodean Madrid.

El manto del progreso ha cubierto –con su inevitable cuota de vulgaridad estética– la práctica totalidad de este municipio de 22.000 habitantes. Pero en pleno centro de Mejorada hay 8.000 metros cuadrados que transportan a todo el que los visita a otro tiempo y lugar: el templo que don Justo Gallego Martínez construye desde 1961, vea aquí su gran obra.

Son 49 años que no han pasado en balde: la cúpula de 22 metros de diámetro y 36 de altura, las tres naves de 20 metros de anchura y 50 de longitud, las torres de cinco metros de diámetro que rodean todo el edificio, o la inmensa cripta subterránea, que abarca todo el subsuelo del edificio; éste el testimonio –mudo pero como pocos elocuente– de que Justo, en medio siglo, no ha perdido un minuto de trabajo.

Pero ni los fríos datos numéricos, ni siquiera las fotos, son capaces de transmitir toda la majestuosidad del edificio. Y de su belleza, porque la catedral (así es conocida por todo el mundo) no sólo es grande, sino que también es bella. La vertical amplitud del edificio, junto con las vidrieras del coro, que inundan el interior con una luminosidad dorada y rojiza, transmutan en gracia y ligereza las cientos de toneladas de ladrillo.

Pero todavía queda mucho para acabar. Los torreones están a medio levantar, y la cúpula aún no ha sido cubierta de teja; sus hierros circulares atravesados por el viento recuerdan a las costillas boca arriba de una ballena.

Los expertos en arquitectura se quedan asombrados ante el edificio; los problemas de estructura han sido resueltos de un modo tan heterodoxo como firme y sólido. Y dentro del templo, aquí y allá, en cuidado desorden, se acumulan los sacos de cemento, los botes de pintura, las mesas hechas de cuatro tablones para continuar cortando o soldando algo. Trabajo, trabajo y más trabajo. Una belleza –la del templo– que, paradójicamente, por su inacabada imperfección, se hace más presente, quizá porque así, con todo a medio hacer, se da pie a que la imaginación vuele para ayudar a Justo a finalizar su tarea. Otra paradoja: el salto de la parte al todo, de la materia a la idea, se produce gracias a la pobreza de los materiales empleados: los ladrillos provienen de una fábrica cercana que previamente, por defectuosos, han sido desechados; en las columnas se perciben las huellas de los bidones de gasolina empleados como molde. Lo mismo sucede con los pilares, fundidos nada menos que con botes de Cola Cao.