Las familias de los marineros del Alakrana se sienten abandonadas y siguen las noticias que les llegan con «desesperación, impotencia y preocupación», según sus palabras. Se enteran de lo que ocurre por las llamadas telefónicas de hijos y maridos que, secuestrados desde hace más de un mes, faltos de víveres, agotados, les piden que hagan ruido. Y lo hacen por partida doble, para cumplir con el encargo y para que les escuchen no sólo el resto de los españoles sino, sobre todo, las autoridades del Gobierno que ni siquiera les mantienen informadas de lo que ocurre en el Océano Índico.
Bastante bien aguantan esas mujeres de los marineros acostumbradas sin duda a manejárselas solas durante las largas ausencias de sus maridos en la mar, que no paran de mostrar su alarma ante micrófonos y cámaras. No hay quien las haga entender que los teléfonos que conectan Madrid con Bermeo permanecen mudos mientras que sus móviles reciben llamadas frecuentes desde los miles de kilómetros que separan sus hogares del Alakrana. El Gobierno sólo les habla a través de los medios de comunicación y, en vez de darles algo, aunque sea una pequeña esperanza, les pide paciencia y tranquilidad.
Hay varias versiones, parece ser, pero ojala no sea cierto, los piratas somalíes que mantienen secuestrada a la tripulación de "Alakrana" aseguraron ayer que tres de sus marineros siguen en tierra y nunca han vuelto con sus compañeros a bordo del atunero, desmintiendo la información dada por el Gobierno español de que la tripulación se encontraba íntegramente reunida en el pesquero. Pero si desgraciadamente fuera así, el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, y la ministra de Defensa, Carmen Chacón, tienen que dimitir, ya, porque un gobierno nunca puede jugar con los sentimientos de una persona y mucho menos con los de 36 familias.
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