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Se calcula que cada año miles de personas de todo el mundo ingresan en instituciones hospitalarias para recibir tratamiento contra la depresión, mal que aqueja de vez en cuando a la mayoría de la gente pero que no siempre obliga a buscar atención médica.
Los psiquiatras reconocen dos tipos de depresión: exógena, que es causada por factores familiares o sociales como el divorcio, la pérdida del empleo, problemas financieros o la muerte de un ser querido, y endógena, que se debe a factores bioquímicos internos o personales. En ocasiones los periodos de depresión profunda se alternan con episodios de euforia o hiperactividad.
Por su naturaleza es difícil distinguir la depresión de los sentimientos normales de tristeza y duelo. En algunos casos lo que parece ser ansiedad en realidad es un estado de depresión profunda, trastorno que es más común entre las mujeres que entre los hombres, afecta a personas de todas las edades (desde niños hasta ancianos) y es también causa de muchos suicidios cada año en todo el mundo.
La persona deprimida experimenta sentimientos de angustia, desolación, menosprecio y cree que nadie la comprende ni siente simpatía por ella; además, suele perder el interés de vivir o de trabajar, no puede concentrarse en nada y, en los casos graves, sufre confusión mental y delirios.
La depresión produce también síntomas físicos como desgana, pesadez, dificultad o lentitud para moverse, resequedad de boca, indigestión y estreñimiento. A veces hay pérdida de peso y, en el caso de algunas mujeres, trastornos menstruales.
Algunas personas tienen propensión hereditaria a la depresión por ciertas irregularidades en la composición bioquímica de su cerebro; otras se deprimen a consecuencia de que padecen anemia, alteraciones hormonales, baja actividad tiroidea, deficiencias vitamínicas o alguna adicción. Y algunas mujeres que acaban de dar a luz pasan por un periodo depresivo normal que tiene relación con los cambios hormonales propios de su estado.
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