Resumen de un artículo publicado en el nº 238 de la revista ALBA con fecha 17 julio 2009.
En los últimos tiempos hemos asistido a un cúmulo de atentados contra la libertad religiosa, específicamente contra la religión católica y sus fieles, denunciados por el Observatorio para la Libertad Religiosa y de Conciencia. Por citar sólo algunos, han sido asesinados en cinco meses dos sacerdotes que trabajaban en Cuba -ambos españoles-, y cuatro cristianos en Iraq, un país donde la persecución de cristianos se ha convertido en caza mayor.
Por otra parte, unos quinientos fieles han estado a punto de morir abrasados en un ataque con artefactos incendiarios contra la parroquia provisional de Santa Genoveva Torres, en la localidad madrileña de Majadahonda. Las bombas “estaban colocados para hacer daño, la idea era quemar el templo. Es un prefabricado y es fácil que arda”, ha manifestado el párroco, David Benítez.
El hecho, que podía haber sido una catástrofe, ha traído a la memoria la quema de conventos e iglesias en el ambiente cada vez más anticlerical de la España de 1931, y permite reflexionar sobre un hecho evidente: estas cosas no suceden por generación espontánea. Se crea el caldo de cultivo adecuado, se forjan las mentes en la animadversión hacia la Iglesia, comienzan las agresiones verbales, continúan los vandalismos y, finalmente, llegan los atentados.
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