Los centros hospitalarios han suprimido las llamadas barreras arquitectónicas para facilitar el acceso a las personas con problemas de movilidad, pero tienen una asignatura pendiente, que me parece que todavia ni siquiera se lo han planteado. Me refiero a la accesibilidad de las personas con discapacidad que presentan graves trastornos de la conducta y las afectadas con serios problemas psiquiátricos.
Cuando las familias de estas personas tienen que acompañarles a una visita hospitalaria o bien han de ser objeto de una hospitalización, han de sufrir un auténtico calvario. Si el desplazamiento se efectúa en ambulancia, resulta que la mayoría de veces no disponen de medios de sujeción, y los familiares que les acompañan han de viajar junto al paciente, desentendiéndose el personal de estas unidades móviles de toda responsabilidad durante el trayecto.
La llegada al hospital supone otro episodio dramático. Los pacientes y acompañantes de estos que alli se encuentran se sienten incómodos, y los servicios sanitarios no pueden disimular el temor que sienten hacia estas personas. Las dificultades para obtener un análisis de sangre o para realizar una radiografía son muchas, y no hablemos de los casos de requerir hospitalización compartiendo habitación con otros enfermos, cuyos familiares por regla general no tardan en hacer llegar sus quejas a la Dirección del hospital.
Tendrían que establecerse unos protocolos para cada una de estas necesidades, que de manera generalizada pasaran por destinar a estos centros unas salas de espera especiales, y unas habitaciones individuales, que naturalmente podrían utilizar otros pacientes cuando permanecieran vacías, y lo que es más importante, una preparación y formación adecuada de los profesionales de la salud pública para tratar adecuadamente a estos enfermos, en lugar de mostrar estos miedos y vacilaciones, como habitualmente – siempre salvando los excepcionales casos que confirman las reglas – suelen ocurrir
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